Estrechamente vinculado al culto del Sagrado Corazón de Jesús se encuentra el del Corazón de María, refiriéndose al mismo como Inmaculado, Purísimo o Dulcísimo, y presentándose como medianera de las gracias para logarlas del Sagrado Corazón de su Hijo.
En la Iglesia Parroquial de San Esteban El Real menciona Casimiro González García Valladolid:
“La primera capilla del Evangelio tiene un retablo muy lindo consagrado al Purísimo Corazón de María; en ella siendo esta iglesia la del Colegio de PP. Jesuitas de San Ambrosio, tuvieron lugar las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús al R.P. Bernardo Francisco de Hoyos y el milagro de su bifurcación, según resulta probado en su proceso de beatificación, y según tradicionalmente se cree, las apariciones del Purísimo Corazón de María al R.P. Capdevelar, compañero y amigo íntimo del P. Hoyos…” (Valladolid, sus recuerdos y grandezas, tomo III, pág. 400
Agustín de Cardaveraz y Elgorriaga, (*Hernani, Guipúzcoa, 28 de diciembre de 1703 - † Castel San Giovanni, Bolonia, Italia, 18 de octubre de 1770), fue, tras el padre Hoyos, gran impulsor de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús organizando misiones, novenas y numerosas cofradías dedicadas al Sagrado Corazón.
Esta capilla que se menciona, la primera del lado del Evangelio partiendo desde el crucero, estuvo dedicada hasta no hace muchos años al Inmaculado Corazón de María y hoy se encuentra dedicada al Glorioso Patriarca San José. Una placa conmemorativa en los muros de dicha capilla señala lo privilegiado del lugar.
El 30 de mayo de 1943 se produce el acto de Consagración de Valladolid y su Archidiócesis al Inmaculado Corazón de María. Como preparación, se celebró una Solemne Novena en el Santuario de la Gran Promesa, durante aquellos nueve días hubo Rosario de la Aurora de todas las parroquias de la ciudad y cultos por la tarde. Estos cultos vespertinos fueron oficiados en la víspera de la Consagración por el Arzobispo de Valladolid; terminados los mismos, después de la Reserva del Santísimo Sacramento, los fieles que abarrotaban el Santuario se trasladaron cantando el Ave María a la Iglesia del Sagrado Corazón, de la calle Ruiz Hernández. En aquella calle esperaban las Congregaciones Marianas con la imagen del Corazón de María en hermosa carroza llevada por los congregantes de San Luis. Desde allí continuaron en procesión para trasladar la referida imagen hasta la S. I. Catedral, donde terminó el acto con la bendición del prelado.
El día de la Consagración, es decir, el 30 de mayo de 1943, hubo misas de comunión en todas las iglesias, además ese mismo día (si no la hubieran hecho en los precedentes) se hizo la consagración en todas las iglesias parroquiales, conventuales y penitenciales, en todos los colegios, hospitales y asilos y en todos los hogares para que de esa manera tuviera mayor eficacia la consagración oficial que realizaría el Arzobispo.
Se dispuso que los cultos en las iglesias de la capital tuvieran que haber finalizado antes de las seis de la tarde para que los fieles pudieran incorporarse a sus parroquias para participar en la magna procesión.
A las once de la mañana, con la asistencia de todas las autoridades, se celebró en la S.I. Catedral un Solemne Pontifical, oficiado por el Arzobispo. Terminado el mismo, se impartió la Bendición Papal como en los días más solemnes de la Inmaculada y Pascua de Resurrección, tras la misma, y después de una breve alocución, el prelado hizo la consagración de la Archidiócesis al Purísimo Corazón de la Santísima Virgen.
Esta Consagración debía ser la siguiente oración de Pío XII, ya que en ella, y tomando como referencia las palabras de la alocución del arzobispo de Valladolid aquella mañana dice “La fórmula de la consagración se puede reducir a tres cosas: es un acto de confianza en el Corazón Maternal de la Virgen Santísima, es la entrega amorosa de nuestro corazón al de la Virgen Inmaculada, y es también una serie de súplicas que juntamente con el Romano Pontífice y la Iglesia entera vamos a renovar esta mañana”.
ACTO DE CONSAGRACIÓN
AL INMACULADO CORAZÓN DE MARIA
(Papa Pío XII)
¡Oh Reina del Santísimo Rosario, auxilio de los cristianos, refugio del género humano, vencedora de todas las batallas de Dios! Ante vuestro Trono nos postramos suplicantes, seguros de impetrar misericordia y de alcanzar gracia y oportuno auxilio y defensa en las presentes calamidades, no por nuestros méritos, de los que no presumimos, sino únicamente por la inmensa bondad de vuestro maternal Corazón.
En esta hora trágica de la historia humana, a Vos, a vuestro Inmaculado Corazón, nos entregamos y nos consagramos, no sólo en unión con la Santa Iglesia, cuerpo místico de vuestro Hijo Jesús, que sufre y sangra en tantas partes y de tantos modos atribulada, sino también con todo el Mundo dilacerado por atroces discordias, abrasado en un incendio de odio, víctima de sus propias iniquidades.
Que os conmuevan tantas ruinas materiales y morales, tantos dolores, tantas angustias de padres y madres, de esposos, de hermanos, de niños inocentes; tantas vidas cortadas en flor, tantos cuerpos despedazados en la horrenda carnicería, tantas almas torturadas y agonizantes, tantas en peligro de perderse eternamente.
Vos, oh Madre de misericordia, impetradnos de Dios la paz; y, ante todo, las gracias que pueden convertir en un momento los humanos corazones, las gracias que preparan, concilian y aseguran la paz. Reina de la paz, rogad por nosotros y dad al mundo en guerra la paz por que suspiran los pueblos, la paz en la verdad, en la justicia, en la caridad de Cristo. Dadle la paz de las armas y la paz de las almas, para que en la tranquilidad del orden se dilate el reino de Dios.
Conceded vuestra protección a los infieles y a cuantos yacen aún en las sombras de la muerte; concédeles la paz y haced que brille para ellos el sol de la verdad y puedan repetir con nosotros ante el único Salvador del mundo: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Dad la paz a los pueblos separados por el error o la discordia, especialmente a aquellos que os profesan singular devoción y en los cuales no había casa donde no se hallase honrada vuestra venerada imagen (hoy quizá oculta y retirada para mejores tiempos), y haced que retornen al único redil de Cristo bajo el único verdadero Pastor.
Obtened paz y libertad completa para la Iglesia Santa de Dios; contened el diluvio inundante del neopaganismo, fomentad en los fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y del celo apostólico, a fin de que aumente en méritos y en número el pueblo de los que sirven a Dios.
Finalmente, así como fueron consagrados al Corazón de vuestro Hijo Jesús la Iglesia y todo el género humano, para que, puestas en El todas las esperanzas, fuese para ellos señal y prenda de victoria y de salvación; de igual manera, oh Madre nuestra y Reina del Mundo, también nos consagramos para siempre a Vos, a vuestro Inmaculado Corazón, para que vuestro amor y patrocinio aceleren el triunfo del Reino de Dios, y todas las gentes, pacificadas entre sí y con Dios, os proclamen bienaventurada y entonen con Vos, de un extremo a Otro de la tierra, el eterno Magníficat de gloria, de amor, de reconocimiento al Corazón de Jesús, en sólo el cual pueden hallar la Verdad, la Vida y la Paz.
Los actos continuaron por la tarde con la mencionada Magna Procesión, a la que precedieron “procesiones parciales” de llegada a la Catedral e incorporación de las distintas parroquias. La Magna Procesión como tal comenzó a las siete de la tarde, saliendo de la S.I. Catedral continuó por Cascajares, Regalado, Duque de la Victoria, Miguel Iscar, Santiago hasta la Plaza Mayor. Durante el trayecto se fue rezando el Rosario, intercalando cánticos dedicados al Inmaculado Corazón de María. Una vez en la Plaza Mayor, la imagen del Corazón de María fue subida a la terraza de la Casa Consistorial. Mientras subía la imagen por la escalera principal se cantó tres veces el Ave María y el canto “Christus Vincit”, alternado con el “Magnificat”, seguido de la letanía lauretana, y una vez acabada, el Arzobispo realizaría nuevamente el acto de consagración de una manera más popular y dirigida especialmente a la ciudad de Valladolid. Tras la consagración se cantaría la salve y el Arzobispo impartiría la bendición. Después de estos actos se daba por concluida la Procesión en la misma Plaza Mayor.
En cuanto a la imagen que presidió todos estos actos, procedente de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y San Ignacio de Loyola, será la que aparece en fotografía en la portada de El Norte de Castilla de 30 de mayo de 1943. Representada de pie, sobre un orbe con nubes, vestida con túnica en la que se aprecian elementos decorativos ajustada a la cintura con un ceñidor; manto con orla decorativa que parte desde los hombros, levemente recogido por el brazo derecho mientras cae más libremente por el izquierdo, y velo sobre la cabeza que cae sobre la espalda. Muestra en el pecho su corazón, al que señala con el dedo índice de la mano derecha, en tanto que el brazo y mano izquierda quedan extendidos como en otras iconografías marianas dispensadoras de gracias. En su joven rostro se aprecia una sonrisa, inclinando ligeramente la cabeza hacia el lado izquierdo. Seguramente sea la imagen que adquirió el Apostolado de la Oración en 1908 al escultor Francisco Font y Pons para participar en la Procesión del Sagrado Corazón.
Conviene hablar, aunque sea sólo una mención, ya que hemos visto las posibles revelaciones del Corazón de María al P. Cardaveraz o los actos de la novena así como una imagen del Inmaculado Corazón de María expuesta al culto en el Santuario de la Gran Promesa, de una asociación en dicho templo dedicada a esta advocación mariana. Se trata de la ARCHICOFRADÍA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA, fundada y establecida en la Iglesia Parroquial de San Esteban El Real, realizándose el triduo de inauguración del 19 al 21 de abril de 1901, predicado por el P. Arturo Menán, claretiano de la Residencia de Bilbao.